Contemplo las nubes
escarlata que comienzan a formarse sobre mi cabeza, proporcionándole
al paisaje una colorida gama de tonos rojos y anaranjados. El fin
está cerca, pero no importa, ya no hay nada que perder, ni nada que
ganar, solo puedo obtener sensaciones y pensamientos que no tardarán
en vaciarse y perderse, en volverse blancos, como yo.
La hierba acaricia
suavemente mis pies al ritmo del furor oscuro de mi cabello ondeante
al son de la música del viento. Cierro los ojos para verla una vez
más, fugaz cual brizna arrancada por la brisa creciente, ardiente
como una hoguera en una fría noche de invierno, roja como este
hermoso atardecer que me deja sin aliento, y blanca, tan jodidamente
blanca que mi mano la atravesaría en cuanto tratara de acariciar sus
rosados pómulos bajo aquellas enormes y brillantes esmeraldas que
eran sus ojos.
Me dejo caer sobre
la hierba por una última vez, con el cielo sobre mí y el mar en mi
mirada y me dejo llevar, huyendo de todo lo que conozco e
internándome en el blanco de mi mente, ese blanco que lentamente va
volviéndose rojo y verde, como ella, como yo, como el suelo en el
que estoy postrado. Y, finalmente, oscurece, mi blanco y su blanco se
fusionan, para siempre, para nunca, para nosotros.
-Izz
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