Las raíces
podridas extienden su corrupción a través de la tierra que las
contiene, enroscándose entorno a las piedras y otras raíces que
habitan en ella, arrebatando vida e inmovilidad al unísono, plantando
un valle de muerte allá donde no podemos mirar, propagando la
macabra danza del marchitamiento y el dolor, atenazando a todo
aquello que queda atrapado en sus perversas garras, atenazando mi
corazón conforme la tristeza se expande a través de las raíces de
mi sangre, ahora corruptas por el dolor, ahora maldecidas y
maldiciendo con la muerte, matándome con cada suspiro y cada nueva
oleada de mal.
Las ramas se
extienden sobre mi cabeza, aún alzada a pesar del peso que posee,
llena de la corrupción que se expande con cada latido. Contemplo las
frágiles hojas otoñales, colores acres y amarillentos,
balanceándose en sus finos alambres de madera, dándome la
bienvenida a su oscuro y extraño mundo. No todas ellas están
corrompidas, puedo sentirlo, pero pronto lo estarán, las raíces
extienden la corrupción hacia arriba, alcanzando cada vena, cara
arteria, cada hoja, y lo matan, lo matan todo.
Me convierto en
ello, ramas arriba, raíces abajo, pero no tocan el suelo, no seré
un nuevo árbol podrido, no creceré alto y furioso envenenando el
cielo con mi dolor. Las raíces se enroscan en mi cuello y lo
aprisionan, quitándome el aliento, quitándome la vida, quitándome
el dolor. Me lo quitan todo, aunque, a estas alturas, ese todo no era
nada, a estas alturas, yo no soy nada, solo un columpio ondeando al
ritmo del viento, ondeando al compás de las hojas, ondeando aún bajo
el hechizo de corrupción que intenta volver al suelo, a la vida,
pero no lo hará. Hemos muerto.
-Izz